jueves, 30 de junio de 2011

Tiene ocho años y celebra la eucaristía en casa


Cuando recibí este texto lo primero que pude experimentar fue un profundo rechazo, como católico me sentí agraviado.

El sacerdocio o la vida consagrada es una forma de vivir la vida con muchísima intensidad y devoción, requiere de vocación, una voluntad férrea, carácter, templanza y una amplia gama de cualidades y virtudes que poca gente reúne. La misma iglesia acusa una falta notable de vocaciones sacerdotales precisamente por esta circunstancia.

Alentar a este niño a que "oficie" la santa misa, ofrezca su "homilía", utilice los instrumentos y ornatos religiosos y todavía más grave, realice su propia consagración y dé la eucaristía, me parece que es un asunto que debe ser atendido por la autoridad religiosa competente.

Javier Alejandro Hernández es un niño, no lo conozco pero los que sí, afirman que su único y máximo anhelo es convertirse en sacerdote de la orden Capuchina. 

A continuación el texto que redactó Andrés Quezada a propósito de este niño.
 

Alejandro está por culminar el segundo año de primaria, es un niño normal; juega fútbol y béisbol, tiene muchas otras actividades propias de su edad, pero su vida cambia al oficiar misa, pues se mete profundamente en su papel de pequeño sacerdote. El respeto y su fe son la base al celebrar la eucaristía.

Narra que apenas caminaba cuando presenció una misa de las monjas Clarisas Capuchinas, sus papás son católicos; el monasterio de las religiosas se ubicaba en la prolongación de la Calle Tercera del municipio de Madera. Fue ahí donde Alejandro sintió el llamado de Dios.

A los 4 años empezó a oficiar misa y cuentan sus padres que en todo momento se muestra entregado.

Pudiera pensarse que existe influencia de los papás de Alejandro, para que éste se vea obligado a querer ser sacerdote u oficiar misa, sin embargo varios testimonios indican que este niño especial, por sí mismo se interesa en honrar a Dios.

Alejandro no evade cuestionamientos sobre los cambios que significan buscar el sacerdocio y el futuro que pueda venir si se llega a enamorar; afirma que ya ha reflexionado al respecto, pero su convicción es firme, y su máximo deseo es servir a Dios, además a su edad, dice no tener otro amor que el del Creador y de sus padres.

Respecto a las burlas o críticas de sus compañeros de escuela u otras personas, dijo no preocuparle “Para mi existen cosas más importantes en qué pensar, sobre todo para hacer el bien a la humanidad”, recalcó.

Externó además que sus compañeros de escuela se han adaptado a él y lo llaman con cariño “El Padrecito”, sobrenombre que no le molesta por el contrario, le halaga.

Los lunes por la tarde celebra en la casa de su abuela ubicada en la calle José María Mari y 13, y de principio a fin realiza el protocolo religioso católico, mismo que gracias a la práctica lo hace casi perfecto. Cuenta  con los vasos sagrados, la patena para las hostias, un “caliz” de plástico- amarillo, el purificador, la palia, agua para lavarse las manos, el corporal, mantel para el altar, sirios y todo lo que conlleva esta celebración católica.

Alejandro dice con gran fe, que lo que tiene muy presente en su vida es que Dios es omnipotente y nunca nos deja, por ello vale la pena sacrificarse como él tiene pensado hacerlo a pesar de lo duro que pueda significar dejar a sus padres, sin embargo lo consuela pensar que desde la lejanía también podrá orar por ellos.
 
Respecto a lo que observa en la sociedad dijo que la violencia es algo que no le gusta, tampoco los vicios; reprueba a aquel que no se hace responsable de sus actos, puso como ejemplo aquellos casos en que se culpa a un inocente; recomendó a los adultos educar mejor a los niños para tener un mejor mundo. Alejandro se sabe de memoria el Padre Nuestro, los diez mandamientos, el Ave María, el Credo, este último desde los cuatro años se lo aprendió.

Los niños ordinariamente suelen pedir en Navidad un juego de video, un carrito, el celular de moda, pero Alejandro optó por requerir dos túnicas, una roja y otra púrpura, un copón, unas vinajeras y un sagrario. Su sorpresa fue mayúscula la mañana del 25 de diciembre de 2010, pues comentó “me trajo más…un pantalón, un cinto, una chamarra, la túnica roja, el sagrario y el copón”.

Recientemente lo visitaron para escuchar su misa los padres capuchinos de la Misión Tres Ojitos, de quienes dice Alejandro, seguirá su ejemplo. Los padres fueron testigos de la forma en que el niño se entrega al redentor.

No es común escuchar y ver actuar a un niño de 8 años como lo hace Javier Alejandro Hernández Preciado, pero lo que queda claro es que a su corta edad, es ejemplo de vida para sus semejantes.

Andrés Quezada

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